¿Una ética de cara al futuro? Derechos humanos y responsabilidades de la generación presente frente a las generaciones por venir

AutorSergio Cecchetto
CargoInvestigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina
Páginas61-80

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Introducción

Los llamados derechos humanos son una construcción histórica que hunde sus raíces en las proclamas de la Revolución Francesa. Este hecho ha permitido clasificarlos en generaciones u oleadas bien diferenciadas que inspiraron la letra y el espíritu de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 (Häberle, 1998). Así, por ejemplo, la Page 62primera de ellas deriva de la apelación a la libertad y refiere prioritariamente a derechos de corte político-social que posibilitan a los ciudadanos realizar determinadas actividades con el sólo límite impuesto por la necesidad de no afectar la libertad de los demás; la segunda responde a la consigna revolucionaria de la igualdad y refiere en especial a los derechos económicos y culturales buscando impedir que las diferencias o desigualdades entre los individuos contribuya a legitimar el dominio de unos sobre otros o la existencia de derechos especiales para determinados grupos o clases; mientras que finalmente la tercera ola se inspira en la fraternidad para proponer derechos solidarios que contribuyan a la cooperación, la paz y la tolerancia entre los ciudadanos.

Los derechos humanos de primera generación tomaron la idea de propiedad como modelo para su realización, reconociéndole libertades exclusivas a algunos individuos, ofreciendo poderes e inmunidades a otros, garantizando privilegios progresivos para todos ellos en función del ordenamiento jurídico vigente. La modernidad europea y norteamericana, sumergida dentro del ideario liberal o democrático, trató así de otorgar reconocimiento y protección a los derechos de las personas frente a los permanentes abusos por parte del poder (representado la mayoría de las veces por el propio Estado). La segunda ola de derechos humanos surgió ya entrado el siglo XX, con el objeto de garantizar igualdad y participación de todos los individuos en el ámbito del mercado: quedaron consagrados así los derechos sociales al trabajo, al salario justo, a la vivienda, al descanso retribuido, etcétera.

Los llamados derechos humanos de tercera generación, en cambio, mucho más cercanos a nosotros en el tiempo, no apuntaron a reducir la presencia del Estado en la vida de las personas (como ocurrió con la primera ola mencionada), ni tampoco a ampliar la participación del Estado para que el mercado le reconociera a los más desfavorecidos aquello que no es capaz de garantizar de manera espontánea (como ocurrió con la segunda generación de derechos). Los derechos de tercera generación, por contraposición a sus antecesores, subrayan la responsabilidad personal y social respecto de bienes naturales que no se comprenden ya más como ilimitados e inagotables. De tal suerte se ha hablado del derecho a la paz, a la investigación, al desarrollo, a la información y al medioambiente, por ejemplo. El rasgo común que comparten todos estos dere- Page 63 chos sui generis es que se encuentran comprometidos íntimamente con la calidad de vida, noción que desafía la simplista visión cuantitativa de los recursos y la pretensión elemental de elevar el nivel de vida material de las comunidades (Cecchetto, 2005a: 294-297).

En este contexto conviene recordar que lo que ha de entenderse por derecho ha sido objeto de múltiples definiciones, las cuales lo acercan o separan de los principios de la moral.1 Sin embargo, aún tratándose de un término vago y ambiguo, puede afirmarse que un derecho es siempre una exigencia o una demanda o un requerimiento que un individuo o grupo portador de ese beneficio puede legítimamente reclamar o hacer valer frente a un interlocutor -sea personal o institucional-, el que será encargado de satisfacerlo, toda vez que el reclamo sea reconocido como una petición justa. Es decir, un derecho es un interés subjetivo que ha encontrado su respaldo en un conjunto de reglas dictadas o reconocidas por el poder, y que obligan a su cumplimiento a todos los ciudadanos y al Estado. Entre un individuo que interpela y otro que satisface el requerimiento se teje una maraña de correlatividades, al punto de volverse evidente el hecho de que todo derecho llega de la mano de su solidaria obligación: alguien exige y otro responde a la exigencia, alguien tiene derecho y otro la obligación de satisfacer acabadamente el derecho exigido. Si así no ocurriera, los derechos conformarían una categoría inexistente, serían meras declaraciones retóricas ante las cuales nadie podría hacer más que escucharlas y desentenderse al momento. Este mecanismo es válido también para los derechos llamados negativos, es decir para aquellas circunstancias en las cuales el portador exige no ser interferido en su ser o en su obrar, generando así en los otros la obligación correlativa de la inmunidad (Flathman, 1976; Esposito, 2002).

En todos los casos es la correlación entre derechos y deberes la que nos permite reconocer cuáles son los derechos que han de respetarse y validarse. Asimismo, esta correlación es piedra de toque para detectar Page 64 "derechos espurios". Son éstos derechos todavía no reconocidos como tales, más allá de que puedan alegar en su favor planteamientos éticos legítimos que han de especificarse y profundizarse antes de reclamar para sí reconocimiento y respeto universales.2

El compromiso peculiar que nos plantea la última ola de derechos humanos se extiende y enraíza, además, con una novedosa visión del hombre a la manera de organismo dependiente del mundo natural no humano -solidaridad diacrónica-, y también dependiente de los otros hombres (estén ellos presentes o por venir, sean parte de la comunidad efectiva de los vivientes o formen parte de una hipotética generación aún no nacida) -solidaridad sincrónica-. En las páginas que siguen intentaremos especificar qué se entiende por obligaciones éticas presentes respecto de las generaciones futuras y por responsabilidad intergeneracional en un contexto tecnocientífico, resaltando entonces la naturaleza y los alcances de estas nociones tan recientemente construidas. En paralelo iremos trazando las debilidades teóricas que acompañan a los conceptos estudiados, para arribar en último término a una ponderación personal del asunto, esto es si puede hablarse con propiedad de una ética para los individuos presentes orientada a individuos ausentes o, mejor aún, inexistentes.

Éticas del futuro

Los desarrollos tecnocientíficos contemporáneos en el área biotecnológica, en la esfera biomédica, en el campo de la bioingeniería, auxi- Page 65 liadas por el complejo comunicacional-informacional, han contribuido a transformar la vida humana sobre el planeta, y a mejorarla en muchísimos casos. Asistimos sin embargo a una paradoja en tanto es fácil advertir que esta mejora actual podría engendrar un mal global en el futuro, para generaciones de humanos que aún no han siquiera nacido. La ética tradicional no ha tomado en cuenta esta dimensión temporal de gran escala; más bien se ha centrado en la relación cara a cara entre hombres contemporáneos y ha conjugado deberes y obligaciones en tiempo presente. La inédita apertura ética hacia el porvenir es en cambio resultado del acrecentamiento de poderío que han alcanzado los impactos de largo plazo provocados por los seres humanos sobre el conjunto de las criaturas vivientes y el entorno inanimado. Sería sin embargo pueril creer que solamente este viraje responde a un quantum de actividad febril, sin tomar en cuenta en paralelo la calidad o naturaleza del tipo de intervenciones tecnocientíficas ensayadas en el presente. Este hecho, que proyecta sombríos riesgos sobre el planeta y sus criaturas, ha incitado a distintos autores a proclamar obligaciones éticas que se extienden más allá de nosotros mismos y de nuestros accidentales contemporáneos, abrazando así a las generaciones futuras.

Una orientación ética que considere el futuro -a la que podría tildarse de positiva- debe en primer lugar determinar responsablemente fines, y destacar aquellas acciones necesarias que han de conducirnos hacia ellos. Tal orientación considera primordialmente la posibilidad de entregar a las generaciones de hombres venideros un mundo en el cual exista al menos posibilidad cierta y razonable de desarrollar con éxito una vida humana digna, enfrentando en condiciones de paridad diversos problemas (no sólo ambientales o poblacionales, sino de comportamiento, de diseño genético, etcétera) que las anteriores generaciones de hombres les han dejando como herencia. Llevar un recurso natural limitado a su agotamiento en el presente, por citar un ejemplo, introduce un efecto irreversible sobre el mundo futuro, cuyas consecuencias dañinas se harán sentir más tarde sobre otras personas afectadas por nuestras decisiones actuales. La ligazón que se establece entonces entre conductas presentes y escenarios de futuro debería importar a la ética filosófica, al menos a manera de contraste entre aquello que elegimos hoy y el cuadro final del desarrollo a largo plazo de las consecuencias Page 66 derivadas de nuestro actual accionar sobre terceros interesados (Jonas, 1974).3

Los planteamientos ético-filosóficos antiguos (y entendemos por tales a los anteriores a la Segunda Gran Guerra, sean éstos griegos, cristianos o modernos) no tuvieron que considerar la condición global de la humanidad en cuanto tal, a la propia humanidad de manera genérica como especie amenazada como consecuencia de un acto individual, ni tampoco que preocuparse especialmente por un futuro más o menos lejano -un lapso de cincuenta o de cien años ya sería periodo suficiente para hacer que cualquier acción presente sea imprevisible-. Las acciones humanas, esas que son estudiadas con especial dedicación por la ética tradicional o clásica, limitan la responsabilidad del agente moral en un círculo...

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