Acta Constitutiva y de Reformas, 1847

AutorGastón García Cantú - Héctor Fix-Zamudio
Cargo del AutorLicenciado en leyes; escritor, articulista y ensayista. - Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Miembro de El Colegio Nacional.
Páginas190-242

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Acta Constitutiva y de Reformas, 1847

La terrible vecindad en 1847

GASTÓN GARCÍA CANTÚ*

La historia de los días previos a la invasión de los Estados Unidos en 1846 ha registrado la confusión y el delirio entre el ejército, el Congreso y los generales que se disputaban el poder entre monarquía y república, sin asociarse a ese estado demencial con que el presidente James K. Polk preparaba la guerra con un solo fin: apoderarse de los vastos territorios del norte de México, fijando sus límites —según el trazo de Thomas Jefferson en 1806— en el Río Bravo.

Precisemos algunos sucesos para reconocer la conducción de una política de dominio en dos aspectos: el que Polk elaboraba desde Washington y el de quienes entregaban a México procurando la confusión. La voluntad externa y el eco obediente entre nosotros. Los pasos firmes de la victoria y la sigilosa desorganización del desastre.

A fines de noviembre de 1845 abundaban las noticias de que el general Taylor avanzaba hacia el Río Bravo, llevando en su mira la ciudad de Matamoros. Texas, protegido como nuevo estado de la Unión Americana, se desvanecía frente a la convocatoria para que miles de hombres y mujeres se aprestaran a ocupar Nuevo México y California. En ese momento, el ministerio del presidente José Joaquín Herrera presentó al Congreso dos insólitas solicitudes de los generales Arista y Paredes pidiendo grandes cantidades de dinero porque el enemigo se aproximaba a Matamoros. En

* Licenciado en leyes; escritor, articulista y ensayista.

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el Congreso, el diputado Palacios, ante el estupor de los creyentes, propuso que el presidente ordenara hipotecar bienes eclesiásticos por cuatro millones de pesos que se requerían para la guerra; al decirlo, sobrevino un temblor de tierra que puso a los diputados de rodillas y una parte del tesoro de la Iglesia a salvo, bajo pena de excomunión, mientras John Slidell, enviado de Polk, tocaba inútilmente una y otra puertas del gobierno para que éste cediera territorios a cambio de olvidar los agravios que, según Polk, habían llegado al extremo de que “la gente se hiciera justicia por su propia mano”. Mariano Arista llevó a sus soldados a la línea tendida por el general Ampudia, al tiempo que Paredes, desde San Luis Potosí, lanzaba su plan para derrocar al gobierno de José Joaquín Herrera. El 4 de enero Paredes llega a la ciudad de México, el día 13 Taylor ocupa la margen izquierda del Río Bravo y Polk, al anochecer del día siguiente, anota la conversación que el senador y coronel Thomas Hart Benton había tenido con el coronel Alejandro Atocha, hombre de confianza de Antonio López de Santa Anna, exiliado en La Habana después de su derrota en Texas.

Atocha le aseguró a Benton que Santa Anna, Juan Nepomuceno Almonte y Manuel Cresencio Rejón, fundador del derecho de amparo, “tenían, todos, empeño en que se hiciera la paz”. Al preguntarle Benton cuáles eran sus condiciones, Atocha le contestó que ellos estarían de acuerdo en que el Río Grande fuera la frontera, reservando un espacio entre ese río y el Nueces, como barrera entre los dos países; que estarían dispuestos a ceder la California a los Estados Unidos por cierta cantidad, habiendo mencionado 15 o 20 millones de dólares como compensación con la cual quedarían satisfechos. Atocha, escribió Polk, “manifestó también que ellos desearían que se nombraran comisionados de los dos países para que se reunieran en La Habana a negociar la paz, y agregó que desearían que se levantara el bloqueo frente a Veracruz mientras duraban las negociaciones”.

Hasta aquí la nota de Polk, en su Diario, que en lo relativo a México —unas 500 páginas—, más los numerosos documentos anexos, se conocieron en 1948, recopilados, traducidos y anotados por Luis Cabrera, quien se empeñó, en el primer centenario de esa guerra de conquista, en que la historia política supliera los hechos de armas para entender las causas de una derrota que deformó para siempre el destino independiente de México.

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Las confidencias de Atocha a Benton guiaron la trama política y militar de Polk, lo que explica que en las operaciones del 28 de marzo, en que Taylor llega al Río Bravo y toma posesión de Palo Alto y Resaca de Guerrero, al 13 de mayo, en que el Congreso de los Estados Unidos declara el estado de guerra contra México, la estrategia cobrara un ímpetu insólito. No fue coincidencia que el telegrama confidencial de George Bancroft, secretario de Marina, al comodoro David Conner, comandante de la escuadra, quien había ocupado Tampico, Ciudad Victoria y bloqueado Veracruz, textualmente dijera: “Si Santa Anna trata de entrar a puertos mexicanos, le permitirá usted pasar libremente”.

La orden a Conner explica el desembarco de Santa Anna en una bahía ocupada por el enemigo.

¿Fue esa orden un gesto previo para persuadir a Santa Anna o consecuencia de las confidencias del coronel Atocha Lo cierto es que el 7 de julio, el almirante Alex Slidell McKenzie informa a James Buchanan, jefe del Departamento de Estado, de su gestión ante Santa Anna y de la traducción que le hizo de las instrucciones de Polk. Es imprescindible transcribir un párrafo de los juicios de Polk, porque revelan una política sostenida por los presidentes de ese país frente al nuestro. Slidell tradujo a Santa Anna las disposiciones de Polk:

el presidente vería con gusto el derrocamiento del despotismo militar existente del general Paredes, que ha asaltado el poder fomentando la hostilidad entre sus compatriotas contra los Estados Unidos, pero que no tiene más esperanza de apoyo que la prolongación de la guerra, y que fuese reemplazado por un Gobierno más en armonía con los deseos y verdaderos intereses del pueblo mexicano, que no puede ganar nada con la prolongación de la guerra; un Gobierno suficientemente ilustrado y suficientemente fuerte para hacer justicia a las naciones extranjeras y a México mismo.

Creyendo que el General Santa Anna es el que mejor reúne las altas capacidades necesarias para establecer ese Gobierno, y que como deseoso del bien de su país no puede querer la prolongación de una guerra desastrosa, el presidente de los Estados Unidos vería con gusto su restauración al poder en México. Con objeto de lograr este resultado hasta donde sea posible, ha dado ya órdenes a la Escuadra de bloqueo de los puertos mexicanos para que permitan al General Santa Anna regresar libremente a su país.

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La delatora exposición del coronel Atocha a Benton fue confirmada por Santa Anna, quien recibió al almirante Slidell McKenzie en La Habana con el documento confidencial de Polk. El 6 de julio de 1846, cuando Slidell leyó a Santa Anna la exposición del presidente de los Estados Unidos, fue sellado el porvenir de nuestro país. Es página vergonzosa de nuestra historia ésta en que funda Santa Anna la intervención política, económica y militar de los gobiernos estadunidenses en nuestra desdichada patria.

De entrada, Polk condena a Paredes y exalta a Santa Anna como hombre que posee, como ninguno, las capacidades necesarias para conducir a México conforme a los requerimientos de los Estados Unidos, por lo cual le confía su determinación de preferir un acuerdo amistoso a los estragos de la guerra; es decir, la entrega del país para, supuestamente, salvarlo de la guerra o la crisis económica y social. Polk sabía, como nadie en aquel entonces, cuáles eran las riquezas de los territorios mexicanos que iban de Texas a las costas de California. Sus exploradores habían levantando mapas y constancias del valor de sus minas, praderas, ríos y bosques; de ahí que las califique ante Santa Anna como tierras baldías o lotes escasamente poblados sólo por nativos de los Estados Unidos. Además, inútil hubiera sido defender-las, porque probablemente se encontraban “ya en poder de los Estados Unidos”, falsedad que Santa Anna acepta como verdad para admitir un tratado de paz mediante el cual México sólo podía disminuir algunas exigencias, pero no lo fundamental de ellas: la cesión de territorios.

Santa Anna reconoció en ese instante, como le ocurrió ante la declinación del poder de Iturbide, que la dirección de su fortuna era volverse republicano y enemigo de la monarquía frente a sus dos postulantes en el ejercicio: Paredes y Nicolás Bravo; de ahí que, de regresar al poder, insistió, sólo protegería a los republicanos. Inauguró así la aptitud inicial de la sumisión oficial: convertir a la democracia en carta de identificación política en Washington al extremo de declarar, ante el asombro de Slidell McKenzie, su obediencia absoluta: si México fuera presa de la anarquía, él, Antonio López de Santa Anna, se radicaría “permanentemente en Texas, naturalizándose ciudadano de los Estados Unidos, compartiendo con sus hijos los destinos de nuestro país”. Asomó entonces su nueva condición de texano y, no sin fervor, dictó a

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McKenzie la táctica a seguir para la derrota de México: tomar el puerto de Veracruz, cuyas murallas eran débiles, con unos 4 000 hombres frente a los cuales se abrirían las puertas; ocupar Tampico, del que se asombra que no lo hubieran ocupado, puesto que era una maniobra fácil; no maltratar a los habitantes de los pueblos ocupados y no bloquear los puertos de Yucatán, ya que él, Santa Anna, contaba con ese estado. Finalmente, le encarece a Slidell que se guarde el mayor secreto sobre su conversación y que la prensa estadunidense lo represente como al hombre que mejor entendía los intereses de México.

Al cumplirse 150 años de aquella guerra, la historia de la entrega de México por Antonio López de Santa Anna debe figurar como explicación de las causas del desastre. Polk, en su Diario, confiesa su temor de que la guerra de guerrillas hiciera imposible la derrota de México. Guerra de...

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