Abogados y jueces en la literatura universal

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Abogados y jueces en la literatura universal da fe del recorrido que hizo Jorge Fábregas Ponce para mostrarnos cómo han sido vistos, a través del tiempo y el espacio, quienes hacen y aplican la ley, así como aquellos que dirimen las controversias derivadas de su ejecución.

Desde Esquilo, Sófocles y Hesíodo, hasta Miguel Ángel Asturias y Jorge Amado, el autor -"el jurista más importante de Panamá", según proclama la cuarta de forros que preparó la editorial Tirant lo Blanch- sigue el camino de Richard A. Posner, pero lo transita de un modo más accesible para el lector en español.

La conclusión a la que llega quien lee este libro es que el Derecho y sus opera-rios pueden ser útiles para salvaguardar el orden; indispensables quizá, pero nunca gratos al imaginario popular. Y la literatura ha sido un instrumento insuperable a la hora de plasmar esta rabia o, en el mejor de los casos, esta frustración: las leyes parecen haber sido diseñadas para aumentar o preservar los privilegios de unos cuantos grupos o individuos, mientras litigantes, funcionarios, jueces y académicos no son sino instrumentos para que aquéllos se salgan con la suya. Desde que el hombre es hombre, los discursos sobre justicia, bien común y legalidad han sido meras cortinas de humo.

En Las suplicantes, por ejemplo, Eurípides señala la insatisfacción por la administración de justicia en la Atenas de su tiempo, mientras que en Las avispas Aristófanes critica el afán de pleitear que corrompía a esa ciudad. Otros autores hicieron lo mismo en la Roma clásica, mientras Petrarca y Chaucer denunciaron las contradicciones de la justicia en la Edad Media.

Ya en pleno Renacimiento, Moro y Campanella soñaron utopías en las que, invariablemente, el sistema de justicia quedaba mal parado. El Pantagruel de Rabelais se queja de los expedientes judiciales y se pronuncia por los juicios orales: "¿De qué diablos me sirven tantos líos de papeles y copias que me hacen bostezar? Es mejor oír los debates de viva voz que leer estas babosadas, que no son sino mañas y engaños..."

Voltaire, por su parte, se quejaba de su propia formación profesional en una carta que envió a un amigo: "Lo que más me desagrada de la profesión de abogado es la profusión de cosas inútiles con que han querido atiborrar mi cerebro". Goethe denunció las artimañas de los abogados para prolongar un litigio y Kleist vivió convencido de que...

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